
Me contaba los cuentos de su vida como si de verdad me interesaran, sus manos parecían mecánicas, llevaban comida y bebida a su boca de manera sincronizada, aprisa.
El sudor aceitoso de su calva se escurría hasta su cara, no parecía molestarle, fascinado comía y reía, reía y comía.
Sentado frente a mí el tipo parecía un oso, gruñía y trituraba carne, huesos, pasta.
Reía como corneta de camión de carga, a sus 40 o 45 parecía tener solo historias machistas que contar, esposas, amantes, hijos perdidos, propiedades, dinero.
Yo me apretaba la frente, su voz aumentaba mi resaca; la gente alrededor, el sonido de los cubiertos, murmullos, risas de mujeres con vestidos de esposas refinadas, hombres con disfraces de gentil venido a menos chupando puros, como penes erectos, con sus bocas, apestando el lugar, meseros de ida y vuelta. No lo soportaba.
A pesar de mis lentes negros, solo los tenues claroscuros del lugar parecían entenderme.
El tipo frente a mi no paraba de hablar.
Me tomó confianza y me hablo de sus negocios, de lo bueno y puerco que era en ellos, me dio nombres, fechas, códigos mientras se embarraba los dedos de grasa y salsa, las cosas me estaban resultando fácil pero yo no lo disfrutaba, su voz, el ruido, no los soportaba.
En la mesa millones de migajas apiladas, el tipo eructaba y todo el lugar temblaba, la gente con sus gestos estudiados nos decían que no aprobaban ciertos modales a tan tempranas horas de la noche.
El tipo gordo y enorme paso entonces a devorar el postre mientras con comida entre sus dientes me presumía a su mujer, “es una puta de buenas familias y grandes ubres” me decía y reía orgulloso mientras inflaba el pecho. Suspiré.
Recargado inmóvil en mi silla y sin haber dado siquiera un solo trago al whisky , comencé a acariciar a Simóne bajo mi saco.
Mientras el tipo hablaba, eructaba y reía, su voz y el barullo del lugar parecía darle de mazazos a mi cabeza, ya estaba teniendo suficiente y encima el tiempo no avanzaba.
Para evadirme, mis dedos palpaban el frío cuerpo de Simone.
De pronto el enorme hombre eructó!
Como el canto de un alce en celo hizo retumbar todo el lugar, las copas de cristal vibraron, una silenciosa exclamación se escucho al unísono, las ventanas y lámparas se estremecieron, en mi cabeza se escuchó tan fuerte como si detonaran dinamita en el gran cañón.
No soporte más! Sin pensarlo saque a Simone de mi saco y apunté.
Disparé hasta vaciar el arma.
Y entonces silencio….al fin silencio.
Segundos después los sonidos volvieron, gente corriendo, mujeres gritando desesperadas, celulares sonando, llantos y gritos de angustia, la confusión reynaba.
Sentado comencé entonces a probar el whisky, no tenia buen sabor pero calmaba mi sed.
El tipo frente a mi no paraba de sangrar.
Tirado en el suelo, con los brazos en cruz y con un bocado sin masticar en su boca, al fin había dejado de hablar. Borbotones de sangre y grasa manchaban su camisa blanca.
Sus ojos asustados y sin vida me miraban fijamente, yo, ya de pie, me terminaba el whisky sin evadir su mirada.
Dejé caer el vaso sobre la mesa y atravesé el lugar entre un mar de gente histérica corriendo sin sentido, nadie parecía fijarse en mi, fue fácil llegar a la puerta de salida.
Afuera, el frío calaba y llovía, muy ligeramente, lo suficiente para mojar a un tonto.
Cerré mi saco y caminé calle abajo entonando una tonadilla de Billie Holliday.
Tal vez aun encuentre abierto aquél billar donde sirven café.